19 de noviembre de 2007

Café descafeinado frío


La cálida noche me permite concentrarme en mis pensamientos. Letras y más letras que hablan sobre teorías del mundo (cosmovisiones de la existencia vista desde los ojos de una persona desconocida). Y las personas alrededor mío no son más que pasajeros de la misma nave que se dirige hacia un sitio desconocido. Y me detengo un instante en ese pensamiento: "la eternidad y la brevedad de una vida". Creo que uno de los mayores miedos del hombre es pasar desapercibido, ser un desconocido más. Por ello tantas formas, tantos gritos, tanta efusividad y desesperación. Queremos ser los primeros en cualquier instante. Queremos atrapar la eternidad con tan sólo un momento, con un acto, escribir nuestro nombre con letras doradas en algún lugar del cielo.
Hemos crecido entre risas y llanto, cada uno de ellos tan significativo que puede ser la mayor expresión de un sentimiento. La felicidad como sentimiento de gozo. La tristeza como sentimiento de valentía. Cada una de ellas puede ser un ícono del ser humano. La santidad se centra en la conjugación de ambos sentimientos, poder "sufrir alegremente". No, no es más que sentimientos. Momentos tan cortos de nuestro cuerpo que se pueden transformar en acciones.
No termino de entender... entenderme. ¿Para qué tantas acciones? ¿Realmente tienen un sentido? Ahora me inquieta la necesidad de hombre y mujer. Dos seres humanos tan iguales y tan distintos. Dos seres que sin el uno no puede ser completos. Dos psicologías tan distintas, dos cuerpos tan complementarios.
Y me detengo con una sonrisa difuminada en mis pensamientos etéreos. Mi mujer, la mujer que me complementa. Tan distinta a mí, tan complementaria de mi propio ser inconcluso. Con su mirada puede llenarme el día y transformarlo. La dicotomía del amor se basa en ello: tristeza y felicidad. Creo que voy ententiendo poco a poco. El amor no es sólo sentir, sufrir, ser un hombre alegre. Es la capacidad de buscar su bien: "sufrir alegremente". ¿Mi complemento es mi santidad?
Creo que me he enredado terriblemente. Bueno, ¡qué importa! Al final esos pensamientos me pertenecen. No sólo siento que la amo, sé que la amo, vivo que la amo, me santifico por su amor. "Sufro alegremente". ¿Masoquismo? No, la psicología se quedaría corta para explicar algo espiritual. No importa no poder entenderlo, va más allá.
Al fin, pensamientos, gracias a un café descafeinado frío.